viernes, 7 de junio de 2013

Árbol




Nueve meses pasando por esa calle dos veces al día y no se dio cuenta de los bellos arboles de hojas moradas que acompañaban cada día su trayecto. ¿Por qué se empeñaría siempre en mirar el suelo?.

Él

Y hasta ese justo momento, cuando su corazón se agitó y su cuerpo se paralizó al escuchar la noticia, no se dio cuenta de lo bien abiertas que aún estaban las puertas de su casa ni de las múltiples señales que había a su alrededor indicándole y rogándole que volviera a entrar. No, no se dio cuenta de lo presente que aún seguía.Olvidó su cara y su cuerpo, pero nunca a él, olvidó lo que sentía pero no lo que le hacía sentir, olvidó que él la quería pero nunca, nunca olvidó lo mucho que ella le quiso.
Hasta ese justo momento no fue consciente que ahora sí que se terminó lo que ya terminó hace años, que ahora sí que no había vuelta atrás, que perdió la oportunidad de vivir una vida nunca vivida. Pero no, no le extraña ni lo añora, solo extraña y añora como era ella a su lado, qué le hacía sentir, qué cantidad de batallas libró, monstruo derribó y fantansías se inventó solo por estar un segundo, solo un segundo a su lado. Se murió al decirle adios y al pronunciar esa palabra ya nunca más volvió a ser la misma. Se entregó tanto, apostó tanto y luchó tanto para que la mirara y la escuchara, aunque solo fuera un momento, que cuando decidió que era el momento de partir, supo que nunca sería la misma. Con ese adios murió parte de ella, una parte que solo a él le pertenecería para siempre. Él se quedó con su capacidad de amar sin límites, de dar sin límites y de sentir sin límites, se quedó con ese sentimiento que nace de las entrañas y que te quema por dentro solo con su pensamiento o su presencia. Él se quedo con la entrega pura y dura y ella aprendió a vivir sin sentir y a convivir con una herida siempre abierta y sangrante.
Y sí, parte de los dos murió entonces y muerte hoy de nuevo, y una ausencia así, merece un eterno minuto de silencio.